A ORILLAS DEL CREPÚSCULO


Café Tortoni, Buenos Aires, Argentina
De izquierda a derecha: Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni

Es la hora del crepúsculo que adormece
es la hora del silencio que resiste
es la sombra que delira sus quejas
en el pertinaz aleteo de la brisa. 

Crucé el nido del cóndor
cuando apacible dormía.
En el cenit, las estrellas, somnolientas,
arrebujaban mis cansadas pupilas.

Rompiendo el fragor del viento,
dibujando siluetas en el aire,
socavando pensamientos inciertos
salvé montañas en burbujas de sueños.

El peregrinaje dolido de los astros
horadó el ensamble perfecto del reloj,
con sus horas y manecillas rotas
tornaron difusa la antorcha de mi luz.

Cuando aún dormía la aurora
(viajera taciturna de los Andes)
susurraba al oído apacibles notas
y mi pálpito, se agigantaba.

Un destello de luz atravesó la penumbra
raudo e invencible, diáfano lucero,
merodeando confines sin formas ni tiempos:
translúcido espejismo en mí dilatada ruta.

En un mundo de hielo, ríos y arena 
lienzos de nubes jugaban junto a mis fantasías,
cual gaviotas del alba en retirada,
arrullándose ante la presencia del día.

Al despertar de aquella somnolencia,
ejércitos encolumnados de acacias,
en calle de honor me ofertaron sus brazos,
entregándome reverente bajo su dorado techo.

Mis pupilas, atentas al remover de las hojas
con las que solía mirar el otoño,
no obstante su despliegue luminoso
una porción de su historia me cautivó la mirada.
     
No tardaron, desde sus plateadas tumbas,
con olor a vino añejo, sabor a tango y filosofía,
tres grandes del ayer, desde el portal del Tortoni,
soberbios caminan hacia la eternidad.

Horas de suspenso en el correr de la vida
expuestas al vaivén de los caminos
que la ventura así lo ha designado
y un destino que el tiempo ha redimido.  

¡Oh Gardel!, cantor de ayer y de hoy,
loado en fastuosos escenarios,
despejando historias olvidadas,  
magnánimo, exhibe su faz altiva.

Alfonsina, mensajera de su propio destino
soñadora y reina en noches estivales,
navegando por el mar de sus tormentos,
infatigable, se abrazó al rugido de las olas.

  Borges, amante filósofo de exquisita pluma
el que prefirió el perdón a la venganza
para mirar la existencia con su genio y su tacto
articulando vida, muerte y poesía.

Sus memorias palpitantes acuden
urdiendo huellas, exaltando nombres,  
reverentes hasta el fin de los tiempos
devorando auroras y lívidos ocasos.

En el devenir de un claro día 
ausculté lo majestuoso que al espíritu eleva:
El Rosedal y su historia, Caminito y su tango,
permanentes agregados son en mi memoria.

Al atardecer, mi alma extasiada a media luz  
se reclina entre sueños y recuerdos subyacentes
bajo un cielo que ha cambiado su pelaje
y sombras dolientes se desnudan.

Aquella torva nube en silente vuelo
que en su cauce al río Plata asusta,
huye sigilosa y se despeja la pampa
y en el zenit emergen sobrias, las estrellas.

Poema publicado en la Antología Memorial de Barro y Fuego, Argentina.

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